Recordé las luces de las casas de bluefields y sentí nostalgia de la vida y nostalgia de las cosas que no había hecho…
Jacinta Escudos.
Jacinta Escudos.
Nos mostró un cielo colmado de estrellas como capullos flotantes, nos hizo escuchar el soplo del viento haciendo crujir las ramas de los árboles y el tenue movimiento del agua por entre los manglares, como quien se asoma al mundo por primera vez.
Aproximarse a la obra de Verónica Vides es siempre asomarse a una experiencia vital, a una suerte de viaje hacia el interior, hacia una mirada que busca dentro de si, verdades que mas tarde habrán de volverse universales.
Al hablar de su relación con la naturaleza, verónica ha comenzado hablar de si misma, de una nueva cotidianidad, de la aventura de la maternidad que la sorprendió en un barrio del centro de Buenos Aires; su iconografía actual parte de ese imaginario intimo, de los objetos que la rodean, todo es susceptible para su inspiración; la ropa recién lavada, los trastos de la cocina, la cama familiar, las luces que se cuelan por la ventana, el cabello que queda en la ducha, los protectores de senos en el periodo de lactancia; todo como un ejercicio de exploración de significados, como interesada en aprehender la totalidad de la experiencia humana del tiempo y el espacio.
En su proyecto reciente de exhibición, TRAMA, coexisten dos mundos, en uno la artista mezcla materiales industriales para crear estructuras tomadas de la naturaleza, una especie de bordado gigante construido con cables eléctricos que salen y entran como puntadas hechas directamente sobre la pared de la galería, una mezcla inquietante que propone crear formas sensibles, estructuras zen, de una estética minimalista, blanco sobre blanco con materiales fríos y escépticos.
En el otro, coge la cámara de video y nos muestra que el tiempo es circular como la experiencia humana, mientras pequeñas luces, sutiles y gráciles bañan las paredes de adobe en casas humildes del cantón El Pinar en San Ignacio, Chalatenango, graba conversaciones sobre temas sencillos, simples y profundos, sus interlocutoras son siempre mujeres mayores con las que comparte experiencias de vida que luego mostrará al público en formatos audiovisuales.
En instalaciones como: “Incapié” y “Mosquitero” o en la serie de fotografías “camadentro”, se advierte la incursión en un lenguaje poético-domestico, la creación de una estética de lo cotidiano, narraciones y utopías que van tejiéndose en un bordado que subvierte las experiencias diarias personales y las convierte en experiencias estéticas, una trama que esta supuesta a atraparnos para recordarnos que con pequeñas cosas se van construyendo grandes verdades.
Walterio Iraheta, San Salvador, marzo de 2008.
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